María José Larre Borges
Trabajo presentado en el VII
Congreso de la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay, Nueva
Helvecia, Colonia, setiembre de 2012
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Gabito a los siete años |
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Gabo a los dieciséis |
De Gabito a Gabo
La biblioteca fundacional de un novel
escritor
El
caluroso y temperamental Caribe colombiano de los años 30 y 40 vio crecer a un
niño, como todos, único. Sus primeras influencias literarias se encuentran,
curiosamente, no en los libros, sino en las figuras dominantes de sus abuelos
-dos modos de interpretar y contar la realidad- el papel fundante de la primera
generación que nació con el cine sonoro, los siempre presentes boleros
–“canciones que eran poemas”- y el contacto con los cuentos de hadas. Vendrían
luego dos libros esenciales, a tempranísima edad, los primeros: el ya mítico
diccionario de “Papalelo” y Las mil y una noches. Realismo y magia. Más tarde, la escolarización. Pero ya no es
Gabito ni Gabo. Es Gabriel.
La
pregunta motivadora de esta ponencia, será, entonces: ¿qué tempranas lecturas
fueron modelando la sensibilidad de Gabriel García Márquez, familiarizándolo
con géneros, temáticas y estilos, construyendo, al fin, su peculiar
subjetividad?
Cierto
pero de otro modo
“Porque las cosas que contaba les parecían tan
enormes que las creían mentiras, sin pensar que la mayoría eran ciertas de otro
modo.” (…) “Sólo años después me enteré que el doctor Barboza –vecino y amigo
de la familia- era el único que me había defendido con un argumento sabio: “Las
mentiras de los niños son señales de un gran talento.” Así recuerda, en sus
Memorias, el escritor ya anciano al niño que fue en los años treinta: una
inagotable fuente de relatos inverosímiles, pero, vaya paradoja, verdaderos.
Todo empezó en la casa natal, en Aracataca. “No
puedo imaginarme un medio familiar más propicio para mi vocación que aquella
casa lunática, en especial por el carácter de las numerosas mujeres que me
criaron.”(…) “La abuela, por su parte, llegó a la conclusión providencial que
el nieto era adivino.” (…) “Ahora pienso que no eran infamias de niño, (…) sino
técnicas rudimentarias de narrador en ciernes para hacer la realidad más
divertida y comprensible.” Como dice su biógrafo oficioso, Gerald Martin: “tal
vez ningún escritor contemporáneo plantee en su obra con tanta convicción y tan
misteriosamente, la relación entre la verdad, la ficción, la verosimilitud y la
sinceridad como lo hace él.”
El
abuelo Nicolás Márquez fue el personaje fundamental de la infancia del
escritor; solía contarle historias y enseñarle el mundo circundante: las
plantaciones de banano, los sobrevivientes de la guerra, los efectos de la explotación
bananera, la matanza de los trabajadores de la United Fruit Company,
ocurrida a manos del ejército en la estación ferroviaria de la vecina Ciénaga,
en diciembre de 1928. Un día lo condujo de la mano al comisariato de la
compañía bananera, hizo abrir una caja de pargos congelados y le enseñó el
hielo.
El coronel, a quien Gabriel
llamaba "Papalelo", describiéndolo como su “cordón umbilical con la
historia y la realidad”, la figura más importante de su vida, fue también un
excelente narrador y le enseñó, por ejemplo, a consultar frecuentemente el
diccionario, lo llevaba al circo cada año y fue el primero en introducir a su
nieto en el “milagro” del hielo, que se encontraba en la tienda de la compañía
bananera. Frecuentemente decía: “Tú no sabes lo que pesa un muerto”,
refiriéndose así a que no había mayor carga que la de haber matado a un hombre,
lección que García Márquez más tarde incorporaría en sus novelas. “Fue el
primer caso de la vida real que me revolvió los instintos de escritor y aún no
he podido conjurarlo.”
Su abuela, Tranquilina Iguarán
Cotes, a quien García Márquez llama la abuela Mina y describe como "una
mujer imaginativa y supersticiosa" que llenaba la casa con historias de
fantasmas, premoniciones, augurios y signos, fue de tanta influencia en el
futuro escritor como su marido, e incluso es señalada por el escritor como su
primera y principal influencia literaria, pues le inspiró la original forma en
que ella trataba lo extraordinario como algo perfectamente natural cuando
contaba historias y como sin importar cuán fantásticos o improbables fueran sus
relatos, siempre los refería como si fueran una verdad irrefutable. Además del
estilo, la abuela Mina fue una de las musas del personaje de Úrsula Iguarán, amalgama
también, seguramente, de las influyentes Tías Pa, Nana y Mama.
Cada vez que la película le parecía apropiada, el
abuelo compartía con Gabito una función de cine. Al día siguiente, le hacía
contar la película en la mesa, le corregía los olvidos y errores y lo ayudaba a
reconstruir los episodios difíciles. “Eran atisbos de arte dramático que sin
duda de algo me sirvieron, sobre todo cuando empecé a dibujar
tiras cómicas desde antes de aprender a escribir.”
Fue también Papalelo que lo puso en contacto por
primera vez con la letra escrita a los cinco años, al consultar el diccionario
por primera vez para conocer, luego de ver un ejemplar circense, la diferencia
entre un dromedario y un camello.
“-Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el
único que nunca se equivoca”.(…)
“-¿Cuántas palabras tendrá?- pregunté.
-Todas- dijo el abuelo.”
“La verdad es que yo no necesitaba entonces de la
palabra escrita, porque lograba expresar con dibujos todo lo que me
impresionaba. (…) Sin embargo, cuando el abuelo me regaló el diccionario me despertó
tal curiosidad por las palabras que lo leía como una novela, en orden
alfabético y sin entenderlo apenas. Así fue mi primer contacto con el que
habría de ser el libro fundamental en mi destino de escritor.”
Entre
la colonia de venezolanos que poblaban el pueblo, estaba Misia Juana de
Freytes, “una matrona rozagante que tenía el don bíblico de la narración. El
primer cuento formal que conocí fue “Genoveva de Bragante”, y se lo escuché a
ella junto con las obras maestras de la literatura universal, reducidas por
ella a cuentos infantiles: la Odisea, Orlando furioso, Don Quijote, y muchos
episodios de la Biblia”. “La voracidad con que oía los cuentos me dejaba
siempre esperando uno mejor al día siguiente, sobre todo los que tenían que ver
con la historia sagrada.” A los cuentos clásicos, la fantástica caraqueña le
añadía una novedad: todos sucedían en su añorada ciudad, y los “malvados” eran
los oficialistas, mientras que los “buenos”, los opositores como ella y su
familia, todos bien identificados.
Un
domingo, luego de la visita con su abuelo a la casa del belga, un veterano de
la Primera Guerra que se había suicidado y de la impresión que le causara ver
el cuerpo muerto, Gabito comentó:
-
El
belga ya no volverá a jugar ajedrez.
“Fue
una idea fácil, pero mi abuelo la contó en familia como una ocurrencia genial. Las
mujeres la divulgaban con tanto entusiasmo que durante algún tiempo huía de las
visitas por el temor de que lo contaran delante de mí o me obligaran a
repetirlo. Esto me reveló, además, una condición de los adultos que había de
serme muy útil como escritor: cada quien lo contaba con detalles nuevos,
añadidos por su cuenta, hasta el punto de que las diversas versiones terminaban
por ser distintas de la original.”(…) “Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que
aquella frase tan simple fue mi primer éxito literario.”
La
relación con el abuelo no sólo le aportó el afecto y seguridad de que gozó en
su infancia, sino una dimensión narrativa, épica y reveladora del mundo. La
relación con la abuela y las tías, aunque igualmente dentro de una dimensión
narrativa, supuso, por el contrario, una visión hogareña, intimista y
fantasmagórica de la vida. Tranquilina Iguarán Cotes, una guajira descendiente
de gallegos, se movía en un mundo de fronteras difuminadas entre vivos y
muertos, y sólo estos merecían la atención de sus relatos. Entre las numerosas
tías del escritor, destaca Francisca Simodosea Mejía (la ya mencionada Tía
Mama), quien prácticamente lo crió y le transmitió una visión esmerada de la
cultura autóctona. “En medio de aquella tropa de mujeres evangélicas, el abuelo
era para mí la seguridad completa.”
La prima Sara Emilia Márquez, también criada por los
abuelos, “tenía una personalidad fuerte que me abrió mis primeros apetitos
literarios con una preciosa colección de
cuentos de Calleja, ilustrados a todo color, al que nunca me dio acceso por
temor de que se la desordenara. Fue mi primera y amarga frustración como
escritor.” Fue el esposo de Sara, José del Carmen Uribe Vergel, precisamente el
primer escritor que conoció Gabito en su vida: “de inmediato quise ser igual a
él, y no estuve contento hasta que la tía Mama aprendió a peinarme como él.”.
“Aprende a leer y escribir en 1935, a los ocho años,
en la Escuela Montessori -por el que el estudiante es protagonista
desde su experiencia y creatividad singular- fundada por Rosa Elena Fergusson, su primer amor. Allí
“estudiar era algo maravilloso como
aprender a estar vivos” que le contagia su fervor por la poesía del Siglo de
Oro español. Su
primera forma de expresión, empero, fue el dibujo, motivado por las historietas
que conoció en los periódicos del coronel. No en vano el autor explica el
inicio de su proceso creativo a partir de la visión de una imagen fuerte. “Me costó mucho aprender a leer, pero la maestra me
enseñó los sonidos y no los nombres de las consonantes.”
Un día, mientras revuelve el cuarto donde los
abuelos guardaban los cachivaches y recuerdos, Gabito encuentra un libro sin
tapas. Era “Las mil y una noches”, donde Scherezade tiene la misma forma de
narrar “a cara de palo” de la abuela. Desde entonces la lectura le fascina más
que jugar, comer o pintar. Luego lee a Perrault, los hermanos Grimm, Dumas,
Salgari y Verne.
Barranquilla
y Gabriel Eligio
“Por su lado más admirable y conmovedor, papá fue un
autodidacta absoluto, y el lector más voraz que he conocido, aunque también el
menos sistemático.(…) En esa época hablamos de libros leídos y por leer, e
hicimos en los puestos leprosos del mercado público una buena cosecha de
historietas de Tarzán, Buck Rogers, Benitín y Eneas y de detectives y guerras
del espacio.”
Gabito también fue ávido espectador, especialmente
de las películas argentinas de Gardel y de Libertad Lamarque.
“Dos libros fueron mi droga feliz en aquellos años
pedregosos: “La isla del tesoro” y “El Conde de Montecristo”. En cambio, no
encontró el encanto prometido por su
maestro en la lectura del Quijote. “Hice otras tentativas en el
bachillerato, donde tuve que estudiarlo como tarea obligatoria, y lo aborrecí
sin remedio, hasta que un amigo me aconsejó que lo pusiera en la repisa del
inodoro y tratara de leerlo mientas cumplía con mis deberes cotidianos. Sólo
así lo descubrí, como una deflagración, y lo gocé al derecho y al revés hasta
recitar de memoria episodios enteros.”
En Barranquilla, reconoce, comenzó su calvario
eterno a causa de la ortografía, “que sigue asustando a los correctores de mis
originales. Los más benévolos se consuelan con creer que son torpezas de
mecanógrafo.”
Al terminar la primaria en la
escuela Cartagena de Indias de Barranquilla, en 1940 comenzó los estudios de
secundaria en el colegio jesuita de San José. Al calor de la revista del
colegio y del ambiente intelectual y literario propiciado por los jesuitas,
escribió sus primeras prosas y versos: “Crónicas de la Segunda División”, “Instantáneas
de la Segunda División”, “Desde un rincón de la Segunda” y “Bobadas mías”.
Publicadas en la revista Juventud y firmadas con los nombres de Capitán
Araña, Gabito y Gabriel García. Estas primeras prosas y versos sólo pretendían
ser humoradas, con las que ejercía el mamagallismo costeño – humor satírico, sin intenciones de
ofensa sino de pura broma- costeño con sus condiscípulos y
criticaba el ambiente monacal del colegio. A pesar de ser ya un lector
ensimismado, el adolescente Gabo se sentía todavía más inclinado hacia el
dibujo y la pintura: fue el encargado de las ilustraciones de la revista Juventud
durante esos años.
“Además de escribir mis bobadas,
hacía de solista en el coro, dibujaba caricaturas de burla, recitaba poemas en
las sesiones solemnes, (…) que nadie entendía a qué horas estudiaba. La razón
era la más simple: no estudiaba.” Tuvo de diagnóstico una fatiga nerviosa
agravada por leer después de las comidas, y se le reglamentaron sus lecturas.
Fueron los años en el Colegio
San José quienes le dieron la base retórica para soltar sus duendes, de la mano
del movimiento poético Arena y Cielo, quienes se proponen renovar la poesía
caribeña inspirados en su similar colombiano y grandes admiradores de Neruda y
Juan Ramón Jiménez.
Zipaquirá: la soledad y el frío de los Andes, el encierro y otra vez: la
lectura
Los últimos años de Secundaria los cursa en
Zipaquirá, una pequeña ciudad colonial a 50 kilómetros al noroeste de Bogotá.
No es tan malo, cada noche, un profesor lee en voz alta, primero durante media
y luego una hora, un capítulo de “La montaña mágica” (que fue un gran éxito de
“escuchas”), “Los tres mosqueteros”, “Madame Bovary” y otras novelas. Recuerda
Gabriel al primer escritor que escuchó en estas noches: Mark Twain.
Gracias al colegio y a los jóvenes profesores
progresistas que orientan sus lecturas, se vuelve, literalmente y otra vez,
loco por la literatura. Su voracidad lectora de los clásicos
universales, sumada a la lejanía de la familia y a un carácter introspectivo,
hicieron el resto. En sus
encierros de fin de semana, lee toda la biblioteca, donde descubre, por
ejemplo, a Dostoievsky, Fournier, De Amicis, José Eustasio Rivera, San Juan de
la Cruz, Rómulo Gallegos, “todo lo bueno y todo lo peor que se había escrito en
Colombia” y, por siempre, el diccionario del abuelo –“más infalible que el Papa
de Roma”- que leía a trozos durante horas. “Nunca entendí por qué “El origen de
la familia, la propiedad privada y el Estado” de Federico Engels se estudiaba en
las áridas clases de economía política y no en las clases de literatura, como
la epopeya de una bella aventura humana”, dice Gabo.
Fue el tiempo de sus primeros
discursos: uno preparado especialmente en y para el Secundario, una oración
fúnebre y una arenga espontánea –la única de su vida- en la plaza pública
celebrando el fin de la Segunda Guerra Mundial.
“Para mí, la literatura es poesía”
La formación literaria de García
Márquez sería esencialmente poética hasta los veinte años. El movimiento poético “Piedra y cielo” está
de moda. Carlos Martín, el benjamín del grupo, es rector del liceo hasta que lo
echan. Antes, introduce a Gabo en la obra de Rubén Darío, cuya niñez tiene
mucho parecido con la suya. “Eran los
terroristas de la época. Me aportaron el elemento de rebeldía contra el
academicismo. Cuando vi lo que estos poetas se atrevían a hacer, me sentí
alentado para seguir en la Literatura.” Martín hizo hincapié, sobre
todo, en la vida y en la obra de Rubén Darío, que tendría una influencia
notable en García Márquez, e invitó a los jefes de Piedra y Cielo a que
visitaran Zipaquirá.
Con motivo de esta visita, Gabo no sólo tuvo ocasión de conocer a
Eduardo Carranza y a Jorge Rojas, sino que escribió a cuatro manos el primer
reportaje de su vida, publicado en la Gaceta Literaria, órgano
de expresión del grupo de «centro literario de Los Trece», al cual pertenecía
él mismo. Eduardo Carranza, que dirigía entonces el suplemento literario de El
Tiempo de Bogotá, le publicó, a finales de aquel año, un poema piedracielista
titulado “Canción”, que, aunque firmado con el seudónimo de Javier Garcés,
puede considerarse la primera publicación literaria de García Márquez. Durante
ese mismo año, apareció en la misma Gaceta Literaria el primer
texto lírico con cierta intención creativa que se conoce del escritor: “El
instante de un río”.
Lector
y hacedor de poemas modernistas y piedracielistas, Calderón Hermida se encargó,
sin embargo, de encaminar a su alumno por el rumbo de la prosa. Además de los clásicos –Homero, Virgilio, Sófocles,
Dante, Shakespeare, Tolstoi- se familiariza nuevamente con lecturas tan
disímiles como las del siglo de Oro, la literatura colombiana y las profecías
de Nostradamus. El “castigo” cada vez que comete una falta disciplinaria, es
escribir un cuento. El primero se llama “Psicosis obsesiva” y tiene rasgos
kafkianos, aunque Gabo no conoce aún a este autor. Se trata de las peripecias
de una niña de siete años que se convierte en mariposa. El
título que refleja la influencia de las lecturas de Freud de esa época.
Con
un gran acerbo de lecturas, una buena cosecha de poemas piedracielistas (“La
espiga”, “La muerte de la rosa”, “Si alguien llama a tu puerta”, “Tercera
presencia del amor”); un excelente dominio del dibujo y la convicción de que
algún día sería poeta, García Márquez terminó el bachillerato en Zipaquirá a
finales de 1946 como el número uno de su promoción con un libro especial, que
el propio narrador define de “inolvidable”: “Vidas de filósofos ilustres, de
Diógenes Laercio”.
Como
muestra, vayan en homenaje los dos últimos tercetos del “Soneto matinal a una
colegiala ingrávida”, dedicado supuestamente a quien será por siempre su
esposa, Mercedes, “el cocodrilo sagrado”, aunque el escritor, pícaro, nunca lo
haya confirmado ni desmentido:
“Si se viste
de azul y va a la escuela,
no se
distingue si camina o vuela
porque es
como la brisa, tan liviana
que en la
mañana azul no se precisa
cuál de las
tres que pasan es la brisa,
cuál es la
niña y cuál es la mañana.”
O el final del Soneto Casi insistente en
una noche de serenata, cuya huella imborrable de Darío y Neruda se percibe a lo
lejos:
“Quiero
querer con música. Y quiero
que me
quieran con tono verdadero
casi en azul
y casi eternamente.
Será porque
ese ritmo me arrebata,
o tal vez
porque oyendo serenatas
me duele el
corazón musicalmente.”
Zipaquirá,
más allá de los libros, es lindera con Bogotá, época en que Gabo vio nacer “la
violencia”, como se la conoce eternamente en Colombia, y del que “La mala hora”
será, de sus obras, su más fiel testimonio epocal.
Nueve
meses después de culminado su Bachillerato y, a punto de cumplir veinte años,
ve publicado su primer cuento en el prestigioso diario “El Espectador” y
comienza a vivir del periodismo y a escribir sin pausa y sin remedio. Y vendrá
el contacto con los grandes renovadores la narrativa contemporánea. Y la
consagración. Ya no es Gabito ni Gabo. Es Gabriel.
Gabito, nieto e hijo de mujeres
fantasiosamente prácticas, nieto e hijo de hombres vehementes y aventureros, Gabo
será, ya desganado universitario, caribe musical y parrandero, Gabriel, loco
literalmente, como aquel otro, por los libros. García Márquez, hijo literario
de prolífera ascendencia, pero sobre todo de una extraña pareja: el maestro del
cuento, al sur del Mississipi, y la estupenda británica de casto nombre:
William y Virginia.
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Bibliografía:
García
Márquez, Gabriel. Vivir para contarla.
Random House Mondadori,
Buenos Aires, 2010.
Martin,
Gerald. Gabriel García Márquez. Una
vida. Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
Mendoza,
Plinio Apuleyo. Aquellos tiempos con
Gabo. Plaza & Janés. Barcelona,
2000.
Saldívar,
Dasso. García Márquez. Viaje a la
semilla. La biografía. Santillana, Madrid, 1997.
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El abuelo, "Papalelo" (Coronel Nicolás Márquez) |
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La abuela Tranquilina Iguarán ("Mina"... ¿algo de Úrsula, tal vez?) | | | | | | | | | | |
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