martes, 5 de junio de 2012

UNIDAD 2: DEL REALISMO A LA CONTEMPORANEIDAD

CAMBIOS FUNDAMENTALES EN LA NARRATIVA DEL SIGLO XX
a. Punto de vista o Posición del narrador
El narrador es la persona que cuenta una historia. Tanto el lector como el autor son elementos externos del propio relato: son extra-textuales, pertenecen al mundo de la realidad. El narrador vincula el relato con el lector, es el que establece los vínculos según su postura y según donde esté ubicado. Por eso cumple una función básica.
Narrar es desarrollar sucesos en el tiempo y en el espacio, sin tener que estar definidos o narrados. El narrador es el que vincula el tiempo y el espacio.
Con la narrativa del siglo XX, se producen cambios en el llamado “Punto de vista”. Punto de vista es el ángulo de visión, el foco narrativo, el punto óptico en que se sitúa un narrador para narrar su historia. Recibe varios nombres como perspectiva, foco de narración, visión.
Se pueden hacer varias clasificaciones de la posición del narrador, según los autores:
Una primera clasificación diferencia cuatro focos de narración:
1. Primera persona: un personaje cuenta su propia historia.
2. Primera persona observadora: un personaje narra en primera persona una historia que ha observado, él no está involucrado.
3. Narrador-Observador: el narrador no penetra en la conciencia de los personajes ni hace comentarios propios. Observa pero se abstiene a los comentarios, poniéndose a la misma altura que el lector.
4. Narrador omnisciente: escribe en tercera persona.
Otros establecen una triple focalización:
1. Visión “por detrás”: típica de la narrativa hasta el siglo XX, supone un narrador que conoce todo, narrador omnisciente.
2. Visión “con”: el narrador sabe lo mismo que los personajes. Uno de ellos se convierte en el centro del relato, empleando una primera o tercera persona.
3. Visión “desde afuera”: el narrador se limita a contar lo que ve.
Friedman divide los puntos de vista en:
1. Omnisciencia editorial: el narrador se inmiscuye en la historia.
2. Omnisciencia neutral: el narrador utiliza la tercera persona de un modo impersonal, no interviene directamente.
3. El Yo como testigo: un personaje narra en primera persona, apenas conoce los pensamientos de los demás personajes.
4. El Yo como protagonista: también llamado narrador protagonista. Habla de sus pensamientos, etc.
5. Omnisciencia multi-selectiva: la historia llega directamente a través de la conciencia de los personajes, no hay narrador.
6. Omnisciencia selectiva: el punto de vista gira en torno a un único personaje.
7. Modo dramático: se suprime el narrador. El lector debe deducir lo que piensan los personajes por sus palabras y gestos. Se busca objetividad absoluta.
8. Cámara: se intenta presentar una historia tal como lo haría una cámara fotográfica.
Genette propone tres tipos de focalización. Él introduce el término de focalización:
1. Focalización cero: se caracteriza porque nunca se indica el punto de vista de los personajes.
2. Focalización interna: es cuando corresponde a los personajes. La narración es hecha desde adentro de la historia, en cuyo caso el narrador es un personaje de la misma, y puede ser un protagonista o un personaje secundario. Puede ser fija si todo está visto por un solo personaje, variable si el personaje focalizador varía según episodios, o múltiple si un mismo acontecimiento es visto por distintos personajes.
3. Focalización externa: el focalizador es un agente que está fuera de la historia. Los personajes actúan ante el narrador. La narración es hecha desde afuera de la historia, en cuyo caso el narrador no forma parte de la trama, se ubica fuera de los personajes y fuera de los sucesos. Por eso narra en tercera persona.
De acuerdo al conocimiento que el narrador tiene de la historia, puede tener tres posturas básicas:
a. Narrador Omnisciente: es aquel que está por encima de los personajes y conoce toda la información, lo que va a pasar, así como la conciencia de los personajes. El narrador omnisciente no sólo sabe todo, sino que no tiene secretos con respecto al lector. Le explica o le adelanta situaciones que los personajes desconocen. Como creador tiene dominio de todo y es capaz de comunicar al lector información de los sentimientos y de los pensamientos de los personajes. Se expresa en tercera persona.
b. Narrador Observador: tiene muy poca información y conoce poco a los personajes de los que está hablando. Cuenta lo que observa o lo que conoce porque le cuentan, sabe sobre los personajes tan poco como el mismo lector.
c. Narrador como personaje de la novela: tiene la misma información que el personaje de la ficción y asume su punto de vista. Pueden haber personajes que sepan más que él, y en este caso la novela es narrada en primera persona; el narrador puede ser el protagonista (cuenta su propia existencia) o un personaje secundario que aparece como testigo de los hechos.
La narración en primera persona puede, a su vez, adoptar distintas posibilidades:
1. La historia puede ser contada por el protagonista, en cuyo caso adopta la forma autobiográfica (el narrador cuenta su propia existencia). Pero eso no quiere decir que todo lo que relata sea verdad, o que le haya ocurrido al protagonista.
2. Otras veces, la historia es contada en primera persona por un personaje secundario de la novela, que aparece como testigo de los hechos.
En estos dos casos, el narrador es un personaje de la novela, tiene una misma información que el personaje de la ficción y asume su posición.
En el siglo XIX la narrativa solía emplear la primera persona o la tercera omnisciente. El siglo XX trae la utilización de todo tipo de puntos de vista dentro de una misma obra. Una innovación importante del siglo XX es que hay más de un narrador que se van alternando.
En general se abandona el narrador omnisciente en tercera persona, y el narrador adopta la actitud del testigo. El narrador de la novela del siglo XX es un narrador observador, que cuenta lo que observa o lo que conoce porque le cuentan, sabe de los personajes tan poco como el mismo lector.
b. Monólogo interior
Hay casos en que no es el escritor quien narra sino el propio personaje, organizándose todo desde los ojos del Yo. La forma más influyente es el “monólogo interior”.
Los hechos narrados pierden importancia, sobre todo los hechos exteriores. En muchas novelas pasan a primer plano los hechos interiores (emociones, pensamientos, reflexiones, vida interior, etc. de los personajes).
El autor deja de lado la narración ordenada de los hechos exteriores, esa narración que sigue un orden cronológico, y lo sustituye por un orden que depende de las vivencias de los personajes. Se va a seguir un orden que es el de la vida interior de los personajes, narrando los hechos externos de acuerdo con las vivencias de sus personajes.
Se sustituye el tiempo cronológico por el tiempo psicológico, que es el de las percepciones internas, el que transcurre dentro de la conciencia del individuo.
Este proceso se acentúa en el llamado “Monólogo interior”. Es éste uno de los procedimientos que quiebra con los esquemas del novelista típico del siglo XIX.
La novela de monólogo interior alcanzó su apogeo entre 1915 y 1930, y se ve una importante influencia de W. James y de S. Freud.
El monólogo interior es una modalidad narrativa y teatral que consiste en presentar el discurso de un solo hablante. Es un diálogo interiorizado entre un yo locutor y un yo receptor. Si bien el yo locutor es el único que habla, el yo receptor permanece presente, ya que su presencia es necesaria y suficiente para volver significativa lo que dice el yo locutor.
Es el lenguaje no oído y no pronunciado por medio del cual un personaje expresa sus pensamientos más íntimos. Consiste en reproducir en primera persona los pensamientos del protagonista tal y como surgen en su conciencia. En esta reproducción se intenta que los pensamientos sufran lo menos posible su pasaje al lenguaje.
El novelista se introduce en la conciencia del personaje y la expone al lector a través de la exteriorización de los pensamientos del mismo a medida que estos van llegando a su mente, sin que el escritor los ordene ni explique absolutamente nada.
El monólogo interior requiere de un lenguaje especial, sin puntuación, con juegos verbales, sintaxis, etc.
El novelista penetra en la conciencia del personaje, la expone ante nosotros, nos crea la sensación de que no existen intermediarios entre nosotros, lectores, y esa conciencia que se desarrolla en su mezcla desordenada y confusa de fantasías, recuerdos, sueños, pensamientos, emociones, juicios que van surgiendo sin que el escritor los ordene, sin que explique nada. El narrador se convierte en un investigador que pretende hacer una exploración psicológica del pensamiento humano.
Es una técnica poderosa para explorar el mundo consciente y el subconsciente. El sentido lógico se pierde y en su lugar están las palabras sin sentido.
La estructura del monólogo depende del grado de conciencia o inconciencia del protagonista.
Por ejemplo “Ulises” de James Joyce. Esta novela sigue la trayectoria interior de la vida de Leopoldo Bloom en el curso de una jornada en la ciudad natal de J. Joyce, en Dublín. En esta novela hay una valoración del inconciente y una gran influencia de la Teoría del Psicoanálisis de Freud. A partir de “Ulises”, la técnica del monólogo interior se convierte en un recurso habitual de la novela del siglo XX. Esta novela, según la crítica literaria, rompió el sistema tradicional de la novela clásica.
c. Tratamiento del tiempo
La novela del siglo XIX tiene una estructura lineal, es una novela en la que los hechos se narran respetando el orden cronológico de los mismos. El tiempo es uno de los rasgos estructurales más característicos de la novela actual. La narrativa del siglo XX juega con el tiempo, se ocultan las relaciones cronológicas.
En la novela del siglo XX hay una ruptura del orden cronológico ya que el orden que se va a seguir no es el de los hechos exteriores (que pierden importancia) sino el de los hechos interiores de los personajes, de su vida interior, que pasan a un primer plano.
El manejo del tiempo en esas novelas se vuelve muy elástico porque se rompe con el orden cronológico. Ya no se narrarán los hechos en el orden que ocurrieron, por el contrario, se altera el orden de los hechos.
Se abandona la estructura lineal, lógica y previsible, proponiendo un orden fundado en lo que acontece dentro del espíritu o la conciencia del protagonista.
Podemos distinguir tres clases de tiempos:
1. Tiempo objetivo: es el tiempo cronológico, el de los hechos y se mide en segundos, horas, días.
2. Tiempo subjetivo: es el que se mide por la valoración interna de los hechos exteriores.
3. Tiempo psicológico: es el que transcurre dentro de la conciencia del individuo. Es el tiempo de las percepciones internas.
El cine influye sobre esta nueva concepción del tiempo con sus técnicas, recursos tales como la fragmentación del relato o sus secuencias casi independientes.
La narración realiza “saltos” del presente al pasado y viceversa. La narración del presente se interrumpe para rememorar un acontecimiento anterior, es decir, hay una “retrospección”, y luego se vuelve al presente. También se realizan saltos al futuro, que son las llamadas “anticipaciones”. Este recurso constituye la técnica del “Collage”, que consiste en la superposición de tiempos.
d. Nuevo Héroe
La palabra personaje deriva de “persona” que en su origen parecería significar máscara con la que se cubría la faz los actores en escena. Es en literatura un elemento estructural que organiza el relato, mueve la acción, parece un ser humano pero no es.
Se llama héroe al personaje principal de una novela. La noción de héroe surge de la literatura épica. Es aquel que se destaca por sus poderes extraordinarios, por su capacidad de realizar hazañas maravillosas.
La novela tradicional convierte al personaje en el centro de interés del relato, lo describe física y psíquicamente y nos muestra sus aficiones, gustos, vida familiar, clase social, etc. La novela del siglo XX apenas se interesa por él.
En el héroe clásico el proceso interior es muy breve, importa más su acción exterior (hazañas, guerra). En el siglo XX se tiende a dar más importancia a su vida interior.
El concepto de héroe empieza a cambiar en el siglo XIX y en el XX ha perdido completamente las resonancias míticas de ser extraordinario para adquirir todas las contradicciones y el determinismo en el que se ve envuelto el hombre, reducido a veces a un ser indefenso, desorientado, alienado y vacío de aspiraciones. El héroe en el siglo XX está más cerca del hombre común, está más humanizado. Sufre las contradicciones y debilidades propias del mundo en que vive. A este protagonista se lo conoce como ANTI-HEROE como contrapeso de aquél ser elevado, que se destacaba por sus cualidades y atributos positivos, capaz de realizar gestas y hazañas maravillosas, a lo que era el héroe clásico.
El héroe moderno, a pesar de sus contradicciones, funciona racionalmente, lo que lo lleva a cuestionar su mundo.
Cambia el lugar que ocupa el personaje en el siglo XX. El personaje pierde importancia, dejan de ser “grandes personajes” para convertirse en arquetipos de la conducta contemporánea. O trata de convertirse vehículo para interpretar claves existenciales o vitales. El autor ofrece de él solo unos pocos rasgos que lo individualizan, en general no se crean los personajes inolvidables que aparecían en la novela del siglo XIX.
Pierde el personaje la mayoría de sus atributos. De la importancia del nombre por su valor simbólico, pasamos a obras en las que al protagonista sólo lo conocemos por la letra inicial. Incluso a veces el héroe es anónimo (no aparece el nombre del personaje). Son formas de universalizar, de da la idea de que el personaje de la obra puede ser cualquier persona.
En muchos casos el protagonista individual es sustituido por el personaje colectivo y los protagonistas pasan a ser conjuntos sociales, las clases bajas o medias. Las clases medias y los pobres, las masas y la colectividad han arrebatado su puesto al antiguo héroe individual.
Se distinguen dos etapas en la renovación de la narrativa en nuestro silgo: a) un momento de transición en el que se produce la disgregación del protagonista individual; b) otro momento que arranca con la obra de Kafka y se caracteriza por la destrucción del personaje, la gradual deshumanización del género y su clasificación.

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