CORRESPONDENCIAS
Estructura
externa. “Correspondencias” es un soneto, que no responde al
esquema clásico.
Si bien se mantiene la rima entre el primer y el cuarto verso y el segundo y
tercero, no coinciden las terminaciones del primer y el segundo cuarteto. En el
soneto clásico la rima de los cuartetos es fija: ABBA en ambos y en los
tercetos: CDE – CDE, aunque a lo largo de las épocas este esquema va variando,
y es donde los poetas se comportan con mayor libertad. Asimismo la medida de
los versos del soneto clásico suele ser endecasílabo. En “Correspondencias” los
versos son dodecasílabos y el esquema rítmico: ABBA, CDDC, EFE, FGG. Título. El
mismo es indicial o emblemático, pues anuncia el tema de la obra: la teoría de
las correspondencias, principio básico del Simbolismo. Promueve el ideal
simbolista que enunciará Mallarmé: sugerir y no decir, ya que cada receptor
deberá formarse la idea de lo que son las correspondencias.
Estructura
interna.
Análisis.
Primer cuarteto
Fundamentación
del uso del símbolo (correspondencias verticales) Fundamentación del uso de la
sinestesia (correspondencias horizontales) Ilustración de las correspondencias
horizontales a través de las sensaciones olfativas
El primer
cuarteto con versos encabalgados, primero con segundo, tercero con cuarto,
plantea el fundamento de la analogía universal. Esta se basa en que Dios es el
creador, y en ese ser único, perfecto, está contenida la multiplicidad y
diversidad del mundo. Generalmente el ser humano toma contacto con lo creado
sin establecer un nexo entre seres, objetos, ideas, formas, como si todo
estuviera escindido, disociado. Sin embargo, el yo lírico del poeta afirma que
todo está ligado, relacionado, haciéndose eco de lo que dice Víctor Hugo, poeta
francés romántico, “nada es solitario, todo es solidario”. Hay dos mundos
relacionados: el mundo creado, terrenal, y el mundo celestial o divino,
produciéndose las correspondencias verticales. Este es el fundamento para la
afirmación de los primeros dos versos: “Naturaleza es un templo donde vivos
pilares dejan salir a veces confusas palabras” El poema comienza, como se puede
observar, con una rotunda afirmación, jerarquizando una idea de origen
panteísta: Dios, el creador, está presente en todo lo creado y, fundamentalmente,
en la naturaleza. Estar en contacto con ella es estar en contacto con Dios.
A través de la
metáfora “templo” se le adjudica un carácter ritual, porque del mismo modo que
en un templo creado por el hombre se adora a la divinidad, estar en contacto
con la naturaleza es volverse a ligar al creador. A diferencia de los templos
construidos por el hombre, en este los pilares son “vivientes”, puesto que los
elementos de la naturaleza no son objetos inanimados, sino seres vivos, que
individualmente o en forma integrada permiten que fluya el mensaje cifrado. El
mismo aparece en el texto en la expresión: “confusas palabras”, que implica una
personificación de la naturaleza. Se sugiere el misterio de la creación y que
no es tarea fácil para el hombre, ser limitado e imperfecto, poder acceder a
ese mundo, que es ininteligible. No todos los hombres que pasan por el bosque
de símbolos son capaces de develar el mensaje, solo el intuitivo, el sensible e
imaginativo llegará a entreverlo. “Acceder a ese sentido oculto es alcanzar el
conocimiento verdadero, único conocimiento real de las cosas, que no son más
que una parte de lo que significan, y es poder descubrir, detrás de la
heterogeneidad y diversidad aparentes del universo creado, una entidad última,
“tenebrosa y profunda” que le da homogeneidad y unidad”. (Eithel Orbit Negri,
José María Ferrero: “De la teoría al texto literario”.)
Del mismo modo
la poesía simbolista no es para todos, puesto que el sentido suele ser difícil
de desentrañar, más aún teniendo en cuenta el empuje positivista que domina el
siglo, asociado al ideal del progreso. Este desarrolla la faceta racional del
individuo, que no es el medio adecuado para la comprensión cabal de un texto
simbolista. “El hombre”, intención de universalizar, “pasa entre bosques de
símbolos”. Este verbo, como todos los otros del soneto está en presente,
dándole eternidad, atemporalidad al mensaje poemático; el hombre siempre está
pasando. Formalmente se destaca la idea de eternidad, de repetición de la
acción a través del uso del presente. En cuanto al contenido el verbo pasar
sugiere tránsito, permitiendo señalar lo efímero de la existencia humana por
oposición a la eternidad de la naturaleza (creación directa de Dios). La
metáfora “bosques de símbolos” sugiere lo intrincado, confuso, oscuro,
misterioso, enmarañado propio de los bosques, correspondiéndose con el concepto
de símbolo. De este modo la metáfora sugiere la idea. Para el poeta simbolista
el símbolo es polivalente, y dependerá de la intuición del receptor captar el
sentido. Los “bosques de símbolos”, pilares del templo de la naturaleza,
“observan atentos con familiar mirada” al hombre que pasa por él. La
personificación del último verso se asocia con el primero. La naturaleza
observa al hombre a quien reconoce (“familiar”) como un integrante más de ese
mundo de la creación, como una creatura. Al mismo tiempo que se generaliza se
particulariza, puesto que todos pasan, pero no todos son capaces de
descifrarlos (los bosques de símbolos).
Segundo cuarteto
En el segundo
cuarteto se plantea la correspondencia que existe entre los sentidos, es decir,
las correspondencias horizontales, aquellas que se dan en el mundo terrenal
exclusivamente. En esta estrofa los versos están encabalgados porque el
significado se prolonga, y el uso del hipérbaton privilegia las imágenes en
lugar de la idea central, que se expone recién en el cuarto verso.
Las
correspondencias horizontales, el entrecruzamiento de sensaciones
pertenecientes a diferentes sentidos (sinestesias), se comparan con “muy largos
ecos de lejos confundidos en una tenebrosa y profunda unidad”. Se plantea aquí
la teoría del uso de la sinestesia por los simbolistas. Es posible que
“perfumes, colores y sonidos” se respondan porque todos forman parte de una
unidad esencial: “tenebrosa y profunda unidad”. Los adjetivos del segundo
verso: “tenebrosa y profunda” sugieren la oscuridad, la confusión, lo
insondable y misterioso del mundo sensible del poeta, que ha logrado
corresponderse con el de la creación y, por lo tanto representarlo en su
producción. Huidobro, poeta chileno fundador del creacionismo dice: “el poeta
es un pequeño Dios”. Este concepto fue también defendido por los románticos. El
descubrimiento de esas correspondencias se produce por medio de la intuición
del artista.
Esa unidad de la
que se habla es “vasta como la noche, como la claridad”. El tercer adjetivo que
complementa a unidad señala el carácter ilimitado de la misma. Por medio de dos
comparaciones opuestas, antitéticas en cuanto a sus imágenes, se ilustra el
concepto enunciado. “Claridad” destaca la idea de ilimitado e infinito en tanto
"noche” aporta a la imagen anterior lo misterioso, confuso e irracional de
la unidad de la creación como del mundo del poeta. “Como muy largos ecos de
lejos confundidos” marca la distancia entre el mundo sensible y el mundo
ininteligible; las sensaciones se multiplican y unen en el espíritu del poeta,
y esto es posible porque en la unidad de la creación todo se encuentra
confundido.
Primer terceto
El primer
terceto puede considerarse una macro sinestesia. En ella las sensaciones
olfativas, aquellas que revelan la esencia de los objetos, no aparecen solas
sino asociadas con imágenes pertenecientes a otros sentidos. El primer verso es
el más sugerente. En él se produce la asociación de lo olfativo, lo táctil (en
este caso relacionado con lo térmico), pero cuando se introduce la comparación,
la imagen de la misma tiene un componente espiritual que va mas allá de lo
puramente sensorial. La frescura de la “carne de niño” no alude solo a la
suavidad y delicadeza de la piel de estos, sino que también sugiere la
inocencia infantil y su pureza. A diferencia del primer verso, el segundo está
estructurado en dos hemistiquios simétricos: “dulces como el oboe, verdes como
praderas”. Cada uno de los hemistiquios comienza con adjetivos, el primero
correspondiente a lo gustativo, el segundo a lo visual y cromático. Estos
adjetivos se asocian al sustantivo “perfumes” que se encuentra elíptico. A su
vez se establece una relación por analogía con las imágenes de las comparaciones:
oboe y praderas.
“El perfume
reconstruye en la sensación olfativa la unidad perdida del ser, haciéndole
poseer un universo evaporado aunque enteramente presente y resucitado en cada
aspiración y en cada partícula inhalada. Al mismo tiempo, moviliza al ser
adormecido y le devuelve la energía propia de la embriaguez. Merced a esta
energía, el sujeto pone en marcha el mecanismo de la evocación y de la
imaginación que inicia un viaje en el espacio o en el tiempo” (Enrique López
Castellón: “Simbolismo y bohemia: la Francia de Baudelaire” pag. 14).
La más compleja
y rica es “dulce como el oboe”, pues en ella se asocia lo olfativo, lo auditivo
y lo gustativo. En la segunda, entretanto, se asocia lo olfativo con lo visual
y cromático. Como se puede observar en este primer grupo de perfumes se
prioriza lo sensorial, a través de las imágenes de las comparaciones. Pero en
el último verso del primer terceto aparecen otro tipo de perfumes a los que se
describe a través de tres adjetivos: “corrompidos, ricos y triunfantes”. Se
percibe una oposición entre el primer y el segundo grupo de perfumes. Mientras
que en el primero predominan sensaciones más suaves y delicadas que sugieren
armonía y equilibrio, el segundo grupo, precedido por el adjetivo ”corrompido”
despierta en el receptor la idea de degradación de la carne y del espíritu.
Estos dominan y se imponen sobre los otros. Son “ricos y triunfantes”, “ricos”
por la pluralidad, por su diversidad y “triunfantes” por la fascinación que
ejercen sobre el poeta. En el primer grupo predomina lo sensorial y lo
imaginativo a través de las tres comparaciones. En el segundo, en cambio, se
acentúa la personificación con connotaciones moralizantes “corrompidos”, y el
recurso estilístico utilizado es la acumulación de adjetivos, que produce la
intensificación. Estos están al final del primer terceto haciendo que se
destaquen, porque luego debe instalarse el silencio que implica pasar de un
terceto al otro, que se vuelve más inquietante porque el significado no se ha
completado.
Segundo terceto
La idea
planteada en el segundo verso del segundo terceto: “como el ámbar, el almizcle,
el benjuí y el incienso” continúa en el tercero: “que cantan los transportes
del espíritu y los sentidos”, donde se establece la capacidad de estos por
transportar al hombre más allá de la realidad empírica y fáctica. En el primer
grupo el ser humano permanece prisionero de este mundo, en tanto con el segundo
se evade, se transporta. Si bien al igual que en el primer grupo se asocia cada
característica con un perfume que puede ser identificado: almizcle, ámbar,
benjuí, incienso; aquí no se asocia una característica a un perfume, sino a
todos al mismo tiempo, provocando esa sensación de misterio y ambigüedad que
tiene el texto. El almizcle hace hincapié en lo religioso, así como el
incienso, que se utiliza como el anterior en rituales. Se los usa para llegar
al infinito, como medio para escapar de las limitaciones que conlleva la razón.
El ámbar y el benjuí son fuertes, y el primero se utiliza para fijar los
perfumes. Por lo tanto, los “corrompidos, ricos y triunfantes, embebidos de
infinito, (...) son los que obran el tránsito del alma y los sentidos, de modo
casi místico, al más allá espiritual.
Para finalizar
se transcribe aquí lo expuesto por Enrique López Castellón en su libro
“Simbolismo y bohemia: La Francia de Baudelaire”: “Este poema ha sido
interpretado de dos formas distintas: la primera, trascendentalista, insiste en
la importancia que concede Baudelaire a las correspondencias verticales, esto
es, las de la tierra respecto al Cielo, en una dirección irreversible y según
una jerarquía. Las correspondencias horizontales o sinestesias, por el
contrario, establecen la unidad en un mismo plano mediante una especie de
transformación de energía, detectando las afinidades que existen entre
percepciones de órdenes diversos, sin que intervenga en ellas la valoración.
Las correspondencias verticales vinculan lo invisible con lo visible pero
mantienen la noción de escala, en las horizontales, en cambio, se trata de una
simple equivalencia dentro de la fusión de los sentidos, es decir, de una
simetría y no de una proporción desigual: se puede pasar de lo auditivo a lo
visual porque cada sentido vale tanto como cualquier otro axiológica o fácticamente,
es decir, como medio plástico de producción. Por el contrario entre el signo y
la cosa significada sigue habiendo un hiato, y ese intervalo, esa distancia,
representa el índice de amplitud que le sirve de medida.
Mientras la
correspondencia horizontal se basa en una dualidad incesantemente percibida y
reducida, porque toda su realidad se limita al acto de multiplicar, la
sinestesia reduce las múltiples impresiones a una especie de continuidad, de
indiferenciación que el espíritu acepta intuitivamente como un bien
inteligible. (...) La segunda interpretación, sensualista, de este soneto
resulta más innovadora y, a mi juicio, más sugerente. Desde esta perspectiva se
hace ver que las alusiones metafísicas de los cuatro primeros versos desaparecen
en el resto del poema, pasando Baudelaire a resaltar el tránsito de la
trascendencia vertical a la unidad horizontal, lo que significa que la doctrina
que el soneto asume y expone con brevedad es más la expresión de una unidad
metafórica dentro de la naturaleza que una simbólica de esta.
El ansia de
unidad de Baudelaire desemboca, entonces, en una sensación en la que se funden
dos o más sensaciones y la misión del poeta se limita a descubrir
correspondencias entre contenidos sensoriales distintos (...). Los últimos
versos del poema, en fin, nos retrotraerían al plano metafísico de la primera
estrofa, aunque ahora ya no se hace referencia a los símbolos que nos observan
desde la naturaleza, sino a ciertas “cosas infinitas” cuya interminable
expansión nos viene sugerida por el carácter “corrompido, rico y triunfante” de
ciertos perfumes. El poeta no vincula ya dos experiencias sensoriales entre sí
sino que alude a determinados estimulantes que pueden producir “arrebatos” o
“transportes”, esto es sentimientos violentos que les disocian de sí mismos.
Tales sensaciones no “recuerdan” ni “vinculan” nada, pero generan una
“expansión” y unos “arrebatos”: se convierte en “cosas infinitas”. Al tiempo
que actúan sobre los sentidos (particularmente sobre el olfato) trascienden el
plano sensorial, lo que equivale a señalar que la sensualidad espiritualiza:
como si al superar un umbral máximo de intensidad la sensualidad se convirtiera
de pronto en su contrario.” Ambas interpretaciones no se contradicen; se
limitan a dar prioridades.”
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ResponderEliminarbuenardo
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